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Abismo

La mayoría de la sociedad española ha terminado por convencerse, a golpe de malas noticias, de que se camina hacia el abismo, de que estamos instalados al borde del precipicio. Con una economía en caída permanente, unas cifras de paro en aumento y unas previsiones desalentadoras, no parece quedar margen para la esperanza. Y cada día son más los ciudadanos que no ven clara la meta después de tantos sacrificios.
El fantasma de los riesgos de un rescate y de una hipotética intervención de la economía española, que se presenta como la penitencia obligada si no se cumplen los dictados de Bruselas, cada vez parece asustar menos a una sociedad con el pulso y el ánimo bajo mínimos. Se repite que no somos Grecia, ni Portugal, que España no puede, ni debe ser rescatada, pero la palabra rescate hace tiempo que circula por el ruedo.

A fuerza de repetirse, las palabras y los anuncios apocalípticos se banalizan y pierden la carga que inicialmente encerraban. Se ha proclamado en demasía que viene el lobo y esa es una  forma de familiarizarse con la fiera, de olvidar el peligro que supone estar cerca de ella. No estamos intervenidos, pero sí estamos supervisados muy de cerca, y si se bajan los brazos, un riesgo explicable después de remar duro y seguir sin ver la playa, es  incuestionable que el abismo está próximo.
Resulta difícil calibrar la magnitud de la tormenta económica que nos azota, pero da la sensación de que las grandes medidas son simples parches que se van solapando y que los grandes remedios quedan pronto en paños calientes. La solución parece consistir en confiar en la Providencia.

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