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Alquiler

El mercado de alquiler de viviendas, tradicionalmente muy estrecho, se ha ensanchado. Es una de las consecuencias de la crisis económica y de forma especial de la indigestión de ladrillo, y probablemente es el reflejo de un significativo cambio que nos acerca a las pautas de los países de nuestro entorno. España era el país con mayor proporción de viviendas en propiedad, una realidad que está cambiando por la confluencia de distintas fuerzas que alientan el mercado de la posburbuja.
Con la crisis se han derribado varios mantras, como los que decían que alquilar es tirar el dinero, que los pisos nunca bajan de precio o que nunca se venden por debajo de lo que se compraron. Esos mitos se los ha llevado por delante, a menudo dramáticamente, la crisis. Ese descubrimiento, que ha golpeado de forma virulenta a los que se hipotecaron en los años de la locura inmobiliaria, está transformando el sector y provoca una floración del mercado de alquiler.

Un mercado que se ha alimentado con muchos de los pisos sin comprador y con aquellas viviendas desocupadas que dormían el sueño de los justos bajo la falsa premisa de que los pisos no comen. En momentos de estrechez los operadores de ese mercado, los propietarios de viviendas, procuran poner en valor esos bienes que estaban en barbecho y con ello aumentan las posibilidades de elección de una demanda que está en crecimiento, en parte formada por compradores que no quieren compromisos a largo plazo.
Las nuevas generaciones van a vivir mayoritariamente de alquiler y la sociedad probablemente se ha vacunado contra el mal de la piedra, esa tendencia de los ahorradores a colocar sus excedentes en una o más viviendas de propiedad.

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