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Religiones

Parece que el republicano Mit Rommey va tomando una clara delantera en las primarias de su partido para enfrentarse a Obama, reto nada fácil a pesar de la caída de popularidad de un líder que mereció el aplauso de toda la comunidad internacional y que fue premiado con el Premio Nobel de la Paz. Uno de los motivos de desconfianza que van de la mano de Rommey tienen que ver con su condición de mormón, quizá la genuina religión norteamericana, una religión que tiene su origen en los mandamientos que recibió en el siglo XIX Joseph
Smith en unas tablas de oro.
En el curriculum de cualquier político norteamericano se destaca su religión y, en su caso, la condición de practicante, algo inusual en la mayoría de países del primer mundo. Lo que no está claro es el peso electoral de esos pronunciamientos, una barrera que derribó en su momento el mito Kennedy, un católico de origen irlandés que se abrió paso en un terreno dominado por los blancos de ascendencia sajona y de religión protestante.
Otra barrera, no menos significativa, la superó Obama, un líder de color cuya negritud y orígenes familiares no frenaron su carrera política. Obama no ha podido evitar que algunos le tildaran poco menos que de islamista infiltrado, pero esas inventivas no prosperaron en un país que es un mosaico cultural y étnico, y que con todas sus sombras es el paradigma de una sociedad abierta.
Las religiones están en la órbita de la intimidad, de las opciones personales, y ningún político ejerce el poder pensando en el poder espiritual. Eso sucede sólo en las teocracias, que imponen sus dogmas en las leyes y las costumbres, no en las democracias.

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