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Una de las causas desencadenantes del desastre económico reside en el exceso de deudas que ahogan a las economías domésticas y a buena parte de los Estados del primer mundo. Años atrás las entidades financieras animaban a empresas y particulares a vivir a crédito, un crédito barato y fácil, con intereses reales negativos en algunos casos. Gracias a ello se hinchó la burbuja inmobiliaria y muchos, y ahí se incluye el sector público, vivieron por encima de sus posibilidades al montarse sobre unos apalancamientos poco racionales.
Algunos todavía piensan que el problema puede tratarse con más deuda, es decir, inyectando más recursos financieros tomados a crédito para estimular la actividad. Es tanto como intentar combatir el alcoholismo con dosis de vodka, o procurar apagar el fuego con más gasolina. El sentido común dice que la forma de combatir el exceso de deuda consiste en reducir la necesidad de pedir prestado para evitar ser engullidos por una montaña de créditos impagables.

Economistas de La Caixa han publicado un estudio –Perspectivas de desapalancamiento en España- donde calculan que el purgatorio del desendeudamiento terminará en 2017. No quiere ello decir que de aquí a cinco años las empresas y familias habrán liquidado sus deudas; tan sólo se indica que las deudas entrarán en una fase de mayor sostenibilidad.
El proceso para recuperar una aceptable normalidad se advierte largo y doloroso, porque habrá que consumir menos para devolver deudas. Es un tratamiento de choque, pero siempre se ha dicho que los excesos se pagan. Y eso es lo que sucede.

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