El estreno del otoño está respondiendo al patrón que se atribuye a la estación: disminución de las temperaturas, algunas lluvias y conflictividad social con acentos políticos. Se deja atrás el verano y gana terreno la nostalgia que, en parte, es el recuerdo del tiempo pasado, las vacaciones. Otoño es el retorno a la rutina cotidiana, el lento regreso al frío, el tiempo de las depresiones postvacacionales y dicen, por algo será, que es la época de más divorcios.
Otoño tiene asociada la fama de triste, de naturaleza muerta, de días que se van acortando y que con el nuevo horario de otoño-invierno nos transporta a una realidad más plomiza. Otoño tiene un sentido crepuscular, de cierre de ejercicio, porque es evidente que el estreno del invierno es simplemente el colofón festivo del año real. En esta temporada, de una forma u otra, se decide la suerte de un ejercicio que pinta oscuro y que posiblemente va a coincidir con un nuevo ciclo político y económico; los males nunca duran cien años.
Las dificultades económicas se agravan por la parálisis que siempre va aparejada a las campañas electorales, y más cuando está en el ambiente un cambio político. Los que se van a ir preparan su reincorporación al mercado laboral y los que creen que les sustituirán se aprestan a diseñar el futuro, que casi siempre es imperfecto. Entre unos y otros la casa sin barrer, unos no quieren hacer y otros no pueden hacer lo que quisieran.
No son buenos tiempos, porque la gente informada dice que las cosas todavía pueden empeorar. La canción de este otoño no va ser precisamente el himno de la alegría.
