En la hoja de ruta de las elecciones, la preparación de las listas, que tiene mucho de corte y confección, es uno de los momentos clave, una decisión que determina el futuro político y laboral de muchos. El número de escaños que los sondeos atribuyen a cada partido en las distintas circunscripciones divide a los que tienen un puesto probablemente seguro de aquellos que van de teloneros, material de relleno en las papeletas.
La creciente profesionalización de la política a través de la ocupación de cargos públicos electos ofrece perspectivas muy distintas en los principales partidos. Mientras el PP vive un momento dulce, almibarado por sus resultados en los ayuntamientos y autonomías el pasado 22-M, los socialistas sufren por el cataclismo que les anuncian y temen una seria reducción de diputados y senadores, una mengua notable de poder que no les permitirá recompensar a su séquito, lo que para muchos es un serio desastre.
Rubalcaba no ha escondido que tiene serios problemas para cerrar las listas y no precisamente por falta de vocaciones. Nadie quiere ser mártir y todo el mundo sabe que disponer de un puesto destacado en la parrilla de salida es básico para la supervivencia. Ahí se pelean las generaciones, la obligada paridad, los territorios y las sensibilidades, demandas que es preciso atender para asegurar la paz interna.
Como la resumido de forma muy gráfica un socialista, el problema es que hay más náufragos que flotadores, un desajuste preocupante para la higiene ambiental del partido. En lenguaje menos correcto políticamente, pero muy ilustrativo, es que hay más traseros que asientos a repartir.
