Una de las presunciones en las que se sostenía el frágil edificio de la confianza de miles de inversores, la seguridad de la deuda pública soberana, se ha resquebrajado y va a costar recomponer los destrozos y daños colaterales de ese embrollo en el que está metida la UE. Ahora el problema de la deuda soberana ahoga a los bancos privados que fueron empujados a colaborar para reflotar a Grecia. Aquella deuda corre el riesgo de sufrir una merma muy fuerte por la caída de su valoración, lo que implica pérdidas automáticas en los balances, caída de sus valoraciones bursátiles y pérdidas para los inversores. El desastre multiplica sus efectos.
El problema no es sólo Grecia sino que puede afectar a toda el área euro. La prueba es que los abanderados de una nueva recapitalización bancaria proponen recortes en los activos financieros de muchos títulos: devaluación del 60% de la deuda griega, del 40% de la portuguesa e irlandesa y del 20 % de la española e italiana. Los Estados están a dos velas, drenan toda la liquidez disponible y critican a los bancos por no dar créditos. Un laberinto del que resulta difícil salir.
Merkel y Sarkozy se reúnen y debaten, pero no deciden, no avanzan en la puesta en marcha de soluciones nada fáciles. El problema de liquidez es enorme y la recapitalización no va a ser un camino de rosas, entre otras razones porque los bancos están desfondados y los que tienen dinero se lo guardan.
Si la quiebra de Grecia adquiere los perfiles catastróficos que se van desgranando, asistiríamos a una cadena de horrores. Y eso que Grecia es una parte ínfima del sistema europeo.