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Esperanza

Mucha tinta ha corrido desde que ETA, cumpliendo el calendario previsto y con una liturgia de pasos muy medidos, dio a conocer un comunicado en el que anunciaba el cese, un nuevo cese, definitivo de la actividad armada. La organización terrorista sufre una situación terminal en la que tiene mucho que ver la presión y eficacia policial y la colaboración de Francia. Parece que la organización terrorista vasca tendrá un fin, aunque muy dilatado, similar al de otros grupos armados que surgieron en los años sesenta y setenta y que dejaron una estela de sangre en Europa.
ETA tiene tras de sí una brutal cosecha de muerte y sufrimiento, lo que explica el sentimiento de la mayoría que no esconde su escepticismo ante el anuncio, de hecho el 57% de los españoles no cree que suponga realmente el fin del terrorismo. La sucesión de treguas fallidas ha provocado un fondo de desconfianza y hartazgo.

Pero ello no obsta para que una mayoría muy cualificada, superior a los dos tercios de la población, confiese alegría, satisfacción y esperanza ante un escenario en el que la paz duradera se adivina posible. Recelos y esperanza, una aspiración ampliamente compartida. Ahora, se entiende que después del 20-N, tocará al nuevo gobierno administrar un punto final que deberá ser irreversible.
La reinserción de los terroristas es una cuestión peliaguda ya que la opinión  pública  entiende que las medidas de gracia sólo son posibles con la previa petición de perdón de la organización terrorista. La otra duda es si el nuevo escenario tendrá influencia electoral, algo que las encuestas cuestionan, salvo en el País Vasco.

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