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Cumbre

Poner en marcha, en su vertiente económica, la idea de Europa fue un inegable y duradero éxito. A ese logro le deben los europeos más de medio siglo de paz, progreso y crecimiento económico. Pero, hoy, Europa se encuentra en una encrucijada y es evidente que el avance que supuso la creación de la  moneda única, el euro, ha puesto de relieve que Europa no será posible sin instituciones comunitarias que impulsen políticas que hagan prevalecer el interés general sobre los particulares.
En un momento en que se habla de la necesidad de refundar  Europa, la gran cuestión es la pretensión alemana de homogeneizar el espacio europeo según sus criterios económicos y sociales. O lo que es lo mismo, en función de los legítimos intereses germanos, no menos legítimos que los de otros países. Y así los países miembros se verán obligados a hacer fuertes cesiones de soberanía en aras de la ortodoxia dominante. Eso forma parte del telón de fondo de la cumbre europea.

Porque lo que están proclamando con tono severo Angela Merkel y Sarkozy es el discurso de la austeridad, del rigor y del equilibrio presupuestario. Todo ello  aderezado con disciplina, y más disciplina, la dieta luterana y la marcha prusiana. Ese es el programa nada oculto de la refundación, el de la Europa a dos velocidades, la del euro para el club de élite.
La hegemonía alemana, poco discutible, está inspirando ironías sobre el IV Reich sin divisiones panzer, pero con la fuerza del dinero. La germanofobia vuelve con mal estilo en una especie de recuperación de una determinada memoria histórica, un desastre que precisamente sirvió para forjar la Union Europea.

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