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Congreso

El Congreso del PSC llega tarde, pero mejor es tarde que nunca. Después del duro varapalo de las autonómicas del pasado año se esperaba una lectura profunda de los resultados y un cambio de liderazgo y equipos, algo que se postergó por aquello de que las prisas son malas consejeras. El silencioso Montilla fue desapareciendo lentamente de la escena y el partido no logró trasladar a la sociedad, ni siquiera a sus bases y simpatizantes, el mensaje de una renovación que quedaba en el capítulo de pendientes. Y así le fue en las generales, en las que el PSC-PSOE ha sufrido una fortísima erosión electoral.
Tanto para el futuro del partido como para la sociedad, la deriva del socialismo catalán es preocupante. Da la sensación de que el PSC está en la pendiente y que puede ir perdiendo relevancia política, de que la travesía del desierto puede ser dura y larga. Por eso se insiste en que el partido debe refundarse, renovarse, regenerarse, reinventarse. Y lo proclaman los que quieren repetir, los que se resisten a dejar los cuadros de mando de la organización.

La fusión de las dos almas que coexisten en el seno del PSC, la catalanista y la españolista, la metropolitana y la de los nois, cada vez menos nois, de Sant Gervasi, es un objetivo irrenunciable, pero cada vez más difícil y problemático. Las normales tensiones precongresuales son  la expresión de ese estado de ánimo, de las luchas por dominar un futuro que parece que imperfecto.
El desenlace, probablemente eventual, este fin de semana. La solución se está cociendo entre bambalinas por los que creen que pueden marcar el rumbo del partido.

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