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No es momento de silencio

La democracia es un sistema de participación de los ciudadanos en la toma de decisiones de los gobiernos. Los congresos de los partidos deben venir precedidos de múltiples reuniones formales e informales. La sociedad está harta de que se elaboren políticas a sus espaldas por burócratas alejados de las aspiraciones de la mayoría. No se puede hacer del silencio la virtud política del momento, como si en la política el silencio pudiera sustituir a la palabra, la pedagogía, la explicación y el compromiso. La democracia no puede sustituirse por el silencio de los ciudadanos.
Definir qué tipo de oposición va a hacer el socialismo a las políticas neoliberales, es de urgencia inaplazable. Una de las enseñanzas que cabe extraer de las últimas elecciones nos muestran cómo un número importante de votos ha encontrado cobijo en opciones minoritarias; diluye y cuestiona así, en gran parte, la fuerza que da la unidad de la izquierda.
El silencio en política es una forma de indiferencia. El ciudadano, en esta sociedad del individualismo masificado, estorba a los partidos y a las políticas neoliberales de sus dirigentes. El vacío que deja el ciudadano desterrado del centro de la acción política lo ocupa el poder económico con cada vez mayor capacidad normativa e imperativa. Cuando el partido se ha creído autosuficiente y ha pensado que ya podía prescindir del ciudadano para legitimarse, ha tenido que sumirse en otras verdades ‘fundamentales’ que cumplieran las mismas tareas: el espíritu, la raza, la nación, la especulación, el totalitarismo. El partido, debilitado, abre las puertas a los mercados, convertidos en industrias del espíritu.
Se es menos libre cuando no se siente la necesidad de buscar y comunicar, cuando se prefiere la comodidad de seguir en la penumbra espiritual, cuando no se siente ninguna inclinación por la experiencia activa, creadora de otras forma de estar en el mundo. Creo que es el silencio, el alimento más sutil y destructivo de la militancia política. Saben lo que hacen aquellos dirigentes, con una formación deficitaria, cuando reclaman el silencio de las mayorías y de las minorías como condición necesaria y suficiente para reconstruir el proyecto socialista. El mutismo es su salvavidas personal.

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