No deja de resultar un sarcasmo que algunos hayan cultivado durante unos días el juego del mentiroso. Algunos socialistas no se sonrojan al calificar de fraude el hachazo fiscal de Rajoy cuando enfatizan que éste mintió en la campaña electoral al asegurar que no aumentaría los impuestos para cumplir los objetivos presupuestarios. Los populares aseguran que los mentirosos fueron los socialistas, que juraban que se iba a cumplir el objetivo de déficit fijado en el 6% y de golpe ya se lanza la cifra mínima del 8% como expresión de un déficit presupuestario sin cerrar.
O mienten ambos o son unos ineptos. Rajoy prometía condicionadamente, a sabiendas que el desajuste de las cuentas que se iba a encontrar sería de campeonato. Todos los institutos económicos avanzaban que se superararía con mucho el objetivo utópico del 6% y que, en consecuencia, el ajuste exigiría una cirugía a corazón abierto.
Y el equipo económico socialista debía saber desde meses atrás que el agujero sería de órdago y que se precisaban nuevas medidas de ajuste, pero las elecciones estaban a la vista y no convenía introducir nuevos elementos que con seguridad iban a laminar las menguantes expectativas de Rubalcaba. Se fue dejando que la enfermedad creciera a riesgo de requerir un tratamiento más exigente, duradero y problemático.
Por eso se insiste en que estamos en el inicio del inicio, un guiño a los mercados, una señal de seriedad de efectos dudosos. Por tiempo va a pesar la imagen de mentirosos, incumplidores y chapuceros. No somos como los griegos, pero estamos ahí, cerca. En los últimos años del gobierno de ZP la deuda pública se ha doblado.
