Este año las rebajas han madrugado más que otros. La temporada navideña, que está rodeada de un halo favorable a las compras, no ha respondido a las expectativas y todo parece indicar que se han cumplido las peores previsiones. Dada la frialdad comercial reinante da la sensación de que la famosa cuesta de enero se anticipó a diciembre, una forma de evidenciar que la caída del consumo ya no encuentra fronteras, ni siquiera las propias de la temporada más consumista del calendario.
Y es que el “crash” del consumo es algo más que una hipótesis y buena parte de los comercios tienen más existencias por vender de las deseables, lo que obliga a una campaña de rebajas, con fuertes descuentos. Un mercado muy frío requiere fuertes estímulos en forma de gangas que inviten a aprovechar ocasiones que se presentan como irrepetibles.
La fuerza casi imbatible de pagar menos por lo que ayer costaba más, el incentivo de aprovechar una gran oportunidad para hacernos con algo que quiza no precisamos, pero está a muy buen precio, acostumbra a tirar del consumo en esas campañas institucionalizadas que tienen su liturgia y sus propios ritos. Está por ver si con los bolsillos vacíos y con el alza de impuestos en el horizonte inmediato, se cumplen las previsiones de los expertos que opinan que en estas rebajas a la desesperada cada español va a gastar 90 euros, un 6% más que el pasado año.
Son cifras que parecen óptimas, vista la escasez de disponible. Los reclamos están ahí y los precios recortados se están enfrentando a otros recortes más profundos y duraderos; una lucha desigual.
