La primera y más sangrante medida del equipo de Rajoy ha consistido en un no programado, al menos no publicitado, hachazo fiscal dirigido prioritariamente a las clases medias, su principal base electoral. Al final se ha recurrido a lo de siempre, a lo más fácil y rápido, a aumentar en los salarios las retenciones del IRPF. Como se hace forma progresiva, los que menos ganan pagarán mucho menos que los afortunados que más cobran. Así que los que van a pagar el pato van a ser las clases medias y medias altas asalariadas, porque los ricos de verdad tienen fuentes de ingresos más diversificadas y susceptibles de optimización fiscal.
Sí, la crisis la pagan todos, pero unos más que otros. Los que se llevan la palma es ese grupo heterogéneo que con razón se califica de sufrida clase media. Se penaliza sin rubor a los que han trabajado duro y con su esfuerzo se han labrado una posición y acumulan ahorros como vía, todo lo imperfecta e insegura que se quiera, para asegurarse el futuro.
No hay nada nuevo en esos planteamientos. Cuatro siglos atrás discutían dos personajes de la corte del Rey Sol y Mazarino le explica a un Colbert angustiado por la necesidad de recaudar más: “Hay una cantidad enorme de gente entre los ricos y los pobres. Son aquellos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo llegar a pobres. Es a esos a los que debemos gravar con más impuestos, siempre más”.
“Y a ésos -aseguraba cínicamente Mazarino- cuanto más les quitemos, más trabajarán para compensar lo que les quitemos”. Está visto que las llamadas clases medias siempre fueron la reserva inagotable del fisco.
