Según un estudio de la oficina estadística de la Unión Europea, Eurostat, España es el país de la UE con más trabajadores sobrecualificados, es decir, que tienen un título universitario o de FP de grado superior, pero ocupan un empleo por debajo de su nivel de formación. Uno de cada tres trabajadores se encuentran en esa triste situación. La presión social por la “titulitis”, que en su momento fue un seguro de buen empleo, y un deprimido marco laboral se han conjurado para ofrecer tan penoso balance.
También sucede que, como los empleadores tienen mucho donde elegir, exigen más formación para un empleo que en realidad no la requiere. Demasiada preparación para un mercado que no parece necesitar tanto diploma. O quiza hay pocos puestos de trabajo para los que están preparados. Vista la realidad, se entiende que muchos crean que es mejor dedicarse a la fontanería que a la física cuántica.
Cada vez son más numerosos los trabajadores asalariados que, a pesar de sus niveles de educación, acaban siendo confinados a trabajos precarios con niveles bajos de autonomía, salario, estatus y protección social. La afirmación de que vale más un trabajo temporal que un parado no deja de ser una coartada para consolidar la precariedad, el encadenar indefinidamente la temporalidad.
El mercado laboral enseña su peor cara y muchos tiran la toalla ante la ausencia de oportunidades y emigran. Otros caen en el paro o aceptan lo que les ofrecen, aunque sea poco gratificante. Y algunos intentan convencerse de que no vale la pena estudiar, una decisión tan cómoda como engañosa, un error que puede pagarse muy caro.
