Francesc Pujols, un filósofo visionario poco afortunado en sus utópicas predicciones, apuntó que llegaría un día en que los catalanes, por el mero hecho de serlo, lo tendrían todo pagado. Un día, ciertamente indeterminado, se hará efectiva la profecía y se llegará a la conclusión de que será mejor ser catalán, que ser millonario. De momento los catalanes caminamos con el pie cambiado y en dirección contraria, y por el hecho de serlo, estamos obligados a rascarnos el bolsillo más que nadie.
Entre los cantos de sirena fiscales del montillismo y el tripartito, el hachazo de Rajoy y los aumentos de tasas que ha ido prodigando Mas, resulta que los catalanes nos hemos situado en el pelotón de cabeza de Europa, entre los que pagan más impuestos. Se trata de triste honor y más cuando el pagar más no va acompañado de servicios comparables. Eso sí, los aumentos se califican de recargos complementarios transitorios, que ya es rizar el rizo.
Un catalán tiene un tipo máximo de IRPF casi 20 puntos superior que la media de la UE y 15 puntos más que los ciudadanos de zona euro. Estados como Lituania tienen el tipo superior en el 15% y los polacos su máximo se sitúa en el 32%. Y en España somos los que tenemos una tributación más elevada, lo que demuestra que no todos los españoles somos iguales ante el fisco y desmitifica que ser catalán sea un chollo, al menos en términos de carga impositiva.
Somos los que más pagamos, aunque no somos los más ricos, y la autonomía de Catalunya tiene serios problemas financieros. Hay algo que no cuadra, y da la sensación de que algunos prefieren ignorar las raíces del problema.
