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Frío

Para que el invierno no pase con regusto de primavera avanzada, para que nos olvidemos del cambio climático, ha llegado una ola de frío polar. La ola siberiana ha llevado los termómetros a bajo cero y ha disparado las alertas en una sociedad poco acostumbrada a las bajas temperaturas. La meteorología es a menudo una ciencia que predice con bastante aproximación lo que va a suceder, y lo cierto es que llevaban días anticipando lo que se avecinaba.
Se ha registrado una combinación perfecta, explosiva, que une el anticiclón, la borrasca y corrientes de aire gélido. Las rachas de viento contribuyen a que la sensación térmica llegue hasta límites casi árticos. Así, pues, los más prudentes tienen argumentos más que sobrados para quedarse en casa bien arropados, una de las formas de hacer frente a este temporal de temperaturas mínimas que no deja de ser pasajero; las olas, por definición, son fugaces.

Las nieves quedan para las alturas y en buena parte del territorio quedan las trazas de una fina capa de harina, nada en comparación con las grandes nevadas archivados en el imaginario colectivo. De todas formas si la nieve se acumula en las cumbres, algo que está por ver, se asegurarían las reservas hídricas y se ahuyentaría el fantasma de la sequía y las restricciones, una amenaza que nunca nos abandona.
Padecemos una ola de frío que rompe por unos días la bonanza climática tradicional que nos acompaña. Lo de año de nieves, año de bienes, queda para mejor ocasión. La actividad está congelada, bajo cero, reservando energías en espera de unos mejores momentos que nadie sabe cuándo llegarán.

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