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Consumo

Va cobrando peso el consumidor a la búsqueda de oportunidades, de ofertas a precios cada vez más bajos. Lo que en el pasado era un excepción, a veces un tanto esnobista, ahora enlaza con la necesaria adaptación a unos recursos menguantes que todo el mundo intenta optimizar a golpes de ingenio y de rastrear el mercado. Se colocan las escasas disponibilidades en cuentas naranja  y otros inventos de alto rendimiento, y se aprovechan las campañas de rebajas, se patean todos los “outlets” y se llena el carro del supermercado  con las marcas blancas. Si se puede viajar, se hace en compañías “low cost”.
Tales comportamientos, muy generalizados, responden al viejo principio de convertir la necesidad en virtud. La gente descubre que lo menos caro también puede ser bueno, y cuando menos resulta conveniente. La precariedad mueve a la sociedad a defender un nivel de vida decreciente por la vía de la optimización del gasto, actuaciones que se extienden en todos los países sometidos al azote de la crisis. La duda razonable es si ese nuevo modelo, un estilo de vida, desaparecerá si cambian las circunstancias.

Hemos dejado de ser colectivamente nuevos ricos y pasado a ser simples aspirantes a recuperar el bienestar de un pasado que quizá no volverá. La dura realidad nos lleva a un tiempo nuevo, con  menos seguridades y redes de protección, un territorio en el que el consumo va a obedecer a nuevos códigos.
El instinto del ahorro y la prudencia vuelve a primer plano, algo que contradice las apelaciones al consumismo como motor de progreso. Tanta austeridad se paga, y es que todos los extremos son malos.

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