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Sequía

Este es un país extremo, que pasa de la pertinaz sequía a las inundaciones. Es aquello que cantaba Raimon: “Al meu país la pluja no sap ploure: si plou poc, és la sequera, i, si plou massa, és la catástrofe”. En esas estamos y ya acumulamos dieciséis meses de sequía, desde noviembre de 2010, lo que puede suponer una factura muy alta para muchos cultivos, especialmente del cereal. La escasez de pastos encarece la alimentación del ganado y el ambiente seco ha adelantado la alerta de los agentes rurales por el riesgo de incendios.
Atraviesa España el invierno más seco desde que se tienen datos. Las reservas hídricas no están en situación crítica, pero se encuentran al 60% y siguen disminuyendo de forma acelerada. La amenaza de restricciones no está en el horizonte inmediato, especialmente en Catalunya con reservas que aseguran el suministro de agua, pero el fantasma sólo desaparecerá si llegan las lluvias que se asocian a abril, aguas mil.

Huérfanas del efecto benéfico de las lluvias que limpian el ambiente, las grandes aglomeraciones urbanas empiezan a sufrir los efectos de la contaminación del aire. Y las alergias, un problema creciente, no se han disparado porque su punto álgido acostumbra a coincidir con la primavera, pero están en rojo todas las alarmas si no empieza a llover en serio. Y de momento las predicciones no son demasiado optimistas.
La demanda de agua, por razones varias, tiende a aumentar y cuando se teme que puedan acusarse los problemas derivados de su escasez, retorna al primer plano, aunque con sordina, el gran debate sobre los trasvases. Por eso se vuelve a mirar al cielo.

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