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Factura

La distribución del objetivo de déficit público efectuada por el Gobierno ha sido saludada con división de pareceres. Algunas autonomías no han escondido que entienden que hay un problema de equidad, de proporcionalidad, en la asignación establecida por el Ejecutivo. El reparto del sacrificio es discutible y no faltan razones a los que sostienen que es arbitrario. Nadie quiere pagar el pato, especialmente los que creen que el sistema centrifuga una importante parte del déficit a las autonomías.
No salen las cuentas porque la vaca fiscal da poca leche, lo que obliga a recortar al máximo el gasto corriente y a eliminar el despilfarro en todas las administraciones. Uno de los problemas de fondo es cómo se reparte la factura del descomunal desajuste presupuestario, un compromiso que requiere corresponsabilidad para compartir los costes sociales de los recortes.

Y es que la crisis ha puesto a todos contra las cuerdas y la solidaridad interregional se convierte en un cuello de botella para las áreas más prósperas. Esta contribución obligada amenaza el desarrollo de las zonas más dinámicas, lo que al final puede traducirse en un proceso empobrecedor para el conjunto, con efectos contrarios a los deseados. Es lo del tiro por la culata.
Las comunidades motoras, las que tiran de la economía se enfrentan a muchas resistencias para que prosperen sus demandas de reconsiderar los mecanismos de redistribución. En todas las sociedades son más los subsidiados que los subsidiadores, lo que es una aritmética muy simple con efectos discutibles desde el plano de la eficacia y de la ética.

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