Si realmente el lenguaje no fuera importante, daría igual decir terrorismo vasco que delincuencia vasca, o decir amor que cariño, o decir azafata que azafato (sorprende que ninguno se quiera llamar azafato sino auxiliar de vuelo, si diera igual, a los hombres tampoco les tenía que molestar que la referencia a su persona lo fuera en femenino, las azafatas). No se trata de hacer un uso matemático del lenguaje.
El lenguaje es la herramienta que traslada la realidad al pensamiento, se apropia de la realidad porque al mencionarla la conceptúa, la llena de contenido y eso no es cuestionable, y no es lo mismo usar una palabra que otras. Las cosas son lo que se dicen que son, por eso el lenguaje es tan importante, porque el genérico masculino invisibiliza la aportación que las mujeres hacen a la realidad, una aportación cierta y ocultada a lo largo de la toda la historia del mundo con un claro interés: apartarnos del mundo. Y el genérico masculino perpetúa los roles y los estereotipos y limita una visión más justa y diversa de la realidad, en la que participan hombres y mujeres.
A las mujeres no nos debe molestar que nos llamen abogados, pero no creo que a un señor le agrade que le llamen abogada. Y ello porque subyace otro aspecto más profundo, y es que, lo que se menciona en masculino pierde valor cuando se traduce al femenino y lo femenino adquiere consideración cuando se pasa al masculino, y la pretensión de mantener el genérico masculino redunda en este aspecto.
¿No parece una exageración, entonces, que los azafatos se hagan llamar auxiliares de vuelo? ¿Y los cocineros, restauradores? ¿Desde cuándo a las cocineras se las llamó restauradoras?, cuando los hombres entraron en el mundo de la cocina, profesión tradicionalmente femenina, a la que dignificaron así con su entrada en escena.
