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Sindicalismo

Se diría que los sindicalistas españoles sienten nostalgia de las grandes manifestaciones de los años de la transición, años vibrantes y difíciles en los que se recuperó la libertad y unos y otros buscaron su lugar en una sociedad que experimentaba un fortísimo reacomodo. Los sindicatos de clase, que venían de la clandestinidad, estaban acostumbrados a luchar en situaciones muy adversas. Eran maestros en la agitación callejera y tenían  fuerte capacidad movilizadora, no exenta de la ayuda de los piquetes “informativos”. Su poder eran las demostraciones de fuerza.
Las manifestaciones están en su ADN, son la gimnasia del sindicalismo, que tonifica los músculos, vivifica y oxigena las arterias, aparte de servir como comunión para los fieles. Por eso, y como preparación para la gran cita del 29-M, los sindicatos decidieron multiplicar los ensayos generales a lo largo y ancho de la geografía nacional, con resultados muy diversos.

Con líderes muy veteranos y aposentados, las organizaciones sindicales se han acomodado a una forma de vida muy llevadera. Son aparatos de poder, burocracias aplomadas, acolchadas por subvenciones y blindadas de complicidad institucional, especialmente  en el zapaterismo que siempre las mimó.
Ahora la alianza con el nuevo Gobierno parece  que no pasa por un buen momento y de ahí el interés en echarle un pulso y recuperar la vieja escenografía de las pancartas, lemas, gritos y banderas, esos gestos de confrontación que vuelven a convertir a la calle  en cancha y reñidero para defender los intereses corporativos. Con eso no se debería jugar.

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