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Nadie pone en duda de que Juan Roig, el hijo de un porquero que a fuerza de trabajo e inteligencia ha levantado el imperio Mercadona, es un gurú para la mayoría de personas con vocación emprendedora, un ejemplo de éxito desde casi cero. En un momento de debilidad del consumo ha sabido convertir su enseña comercial en el paradigma del progreso: cada año logra crecer su facturación y aumentar los beneficios, aparte de incrementar sus plantillas con miles de nuevos puestos de trabajo. Una tarjeta de presentación rotunda, casi excepcional en los tiempos que corren.
La fórmula comercial que ha impulsado el empresario valenciano se ajusta como un guante a los tiempos de crisis. Se trata de cortar  costes innecesarios, de eliminar lo superfluo, de promocionar marcas blancas y asociar su oferta al binomio calidad-precio. Su negocio tiene varias claves de éxito y Juan Roig ha sabido rodearlo de una cierta mística y de prestigiar el ahorro hasta convertir sus principios y su marca en un referente social.

Con esos avales, que corroboran una acertada visión estratégica, el líder empresarial ha pasado poco menos que a ser considerado un oráculo que dosifica con acierto sus presencias públicas y sus declaraciones, en ocasiones polémicas.
En los últimos días sorprendió al presentar el modelo de los bazares chinos como ejemplo de la cultura del esfuerzo a imitar. Eso es ir demasiado lejos, ya que una cosa es destacar los valores del trabajo y la iniciativa, y otra defender un modelo con una cara inaceptable. Afortunadamente la mayoría de chinos anhelan, desde el esfuerzo, el modelo occidental.

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