Oficialmente ya está aquí la primavera, que altera la sangre y el ritmo de la vida. Aunque el calendario tiene mucho de convencional y no siempre responde a los estereotipos al uso, es evidente que la primavera goza de una excelente imagen, entre otras razones porque supone dejar atrás el inhóspito invierno, siempre más duro y oscuro, y nos lleva en volandas a la cumbre estival en una rápida transición.
Los días son más largos y luminosos, y los comercios dedicados a la moda se visten de corto para invitarnos a disfrutar de una estación que sabe mantener el tipo y aprovecha su buena prensa. Siempre se relaciona la primavera con los brotes verdes, con el despertar de la vida que alcanza su plenitud en el estío, si bien los defensores del cambio climático ponen en cuestión muchos principios que antes se entendían indiscutibles. Lo que está fuera de debate es que el despertar económico tendrá que esperar, que la primavera del cambio está por llegar.
Porque la primavera dinamiza el torrente sanguíneo, agita a la mayoría y anima los caminos de la esperanza. Eso es lo que pensaban los jóvenes que iniciaron la movida en Túnez, Egipto, Libia, Yemen y Siria, movimientos encadenados que se englobaron bajo el título genérico de la primavera árabe y que tiene, ahora ya con un mínimo de perspectiva,un balance con suficientes claroscuros que invitan a la reflexión y la duda.
Creen los optimistas que con la presente primavera lo único que va a cambiar es la hora, que el resto seguirá más o menos igual. Los pesimistas estiman que después de las elecciones andaluzas, el punto y aparte electoral, vendrá una nueva fase de ajuste.
