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Morosidad

El crecimiento de la morosidad, hoy en cifras récord, es la manifestación de un sistema financiero enfermo. Cada vez más personas y empresas se ven imposibilitadas para atender sus compromisos y con ello se generan problemas en cadena. El que no puede pagar arrastra al que tiene que cobrar, toda una retahíla de incumplimientos que tienen consecuencias graves cuyos efectos son visibles socialmente. Quizá la pérdida de la vivienda, el verse en la calle, por no poder hacer frente a la hipoteca es una de las estampas más duras de una  situación que no cesa de empeorar.
Pero, como proclamaba una telenovela, los ricos también lloran. Un reciente reportaje periodístico explicaba que empresarios que iban en Ferrari y tenían, además de su vivienda habitual, una segunda en la playa y otra para los fines de semana de esquí, se ven obligados a buscar piso de alquiler porque el banco los va a desahuciar, o irse a vivir con los suegros porque no pueden pagar ni un alquiler. La ruina es un mosaico de dramas muy duros, como lo es pasar del bienestar a la miseria.

Se está destruyendo mucho tejido industrial, especialmente de pymes familiares que ven en su actividad una proyección de la familia, el centro de su vida laboral. Muchos de esos empresarios han avalado lo que no estaba escrito y se han visto arrastrados a la liquidación, después de sufrir una hemorragia incontenible.
Uno de los principales pasivos de la crisis que nos azota va a ser el casi exterminio de una clase empresarial que ha sido el eje de nuestra sociedad, el de las pequeñas empresas emprendedoras que hoy desaparecen como víctimas de una situación terminal imposible de superar.

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