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Éxodo

Uno de los fenómenos más preocupantes de la situación económica y de la falta de expectativas, especialmente para los más jóvenes, es el éxodo del talento salido de las aulas universitarias.  La generación mejor preparada de nuestra historia se ve forzada a aplicar sus conocimientos a miles de kilómetros de su lugar de nacimiento. España, aunque de otra manera, está encontrando en la emigración una válvula de escape para sus penurias estructurales.
Durante buena parte del siglo XX, Sudamérica y luego Europa dieron salida a sus excedentes. Eran legión los que no encontraban una oportunidad en su país y se lanzaban al mundo con la esperanza de mejorar sus horizontes profesionales. Eran gentes decididas, que partían con una maleta de cartón y el corazón encogido a sabiendas que se iban a enfrentar a un mundo desconocido. Gentes sin idiomas, apenas con el suyo propio, protagonizaron numerosos episodios personales que quedan en el archivo de los autores de esa diáspora.

La marcha de ahora es distinta. Se va gente preparada, en la que el Estado, la sociedad, ha invertido muchos recursos para luego ofrecerlos en bandeja al mercado laboral internacional. Los que se van son muchos más de los que registran las estadísticas oficiales. Esa emigración en buena parte son los hijos de la generación Erasmus, gente abierta al mundo que sabe que la movilidad ya forma parte de su vida.
Ese éxodo reciente rompe los esquemas dominantes de una sociedad apegada a sus raíces. Las empresas se han abierto al exterior, se han internacionalizado y muchos españoles son ya ciudadanos del mundo.

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