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Huelga

Convocada para el día en que el Ejecutivo celebraba los 100 días de gobierno, la huelga general era algo que estaba escrito en el guión sindical y que fue avanzado con anticipación por Rajoy: “La reforma laboral en ciernes, dijo, me costará una huelga”. Así que el conflicto estaba poco menos que descontado. Los sindicatos no podían decepcionar a su público y el Ejecutivo sabía que tenía que pagar un precio por el fuerte cambio del marco de relaciones laborales.
Los sindicatos tenían prisa en sacarse de encima el pecado original de su mansedumbre frente a la política de ZP. Optaron por callar mientras el paro escalaba de forma escandalosa y sólo protestaron con escasa convicción frente a la tímida reforma de Zapatero. Las diferencias de conducta sólo se explican en clave política, una actitud oportunista a la  que se han apuntado el PSOE e IU.

El éxito de una huelga se mide por el grado de seguimiento, un  dato que siempre es objeto de controversia. Los sindicatos hinchan las cifras y el Gobierno echa agua al vino con no menos descaro.  La opinión pública ya se ha forjado su idea al respecto y el hecho cierto es que la vida normal no se alteró tanto como en otras convocatorias similares y el paro se situó a años luz de la huelga general de la época de Felipe González. En aquellos momentos el país se podía pagar la fiesta,  ahora da la sensación de que el horno no está para bollos.
Y en cualquier caso los disturbios y las algaradas no son la mejor tarjeta de presentación frente a unos mercados a los que se les pide crédito. Claro que tampoco favorece la imagen del país con los episodios de corrupción que se suceden sin descanso.

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