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Populismo

Vuelve el peronismo a ejercer el populismo como coartada para encubrir fracasos y mantener artificialmente la moral pública. A mal tiempo, demagogia al canto. Ya decía Borges, buen conocedor del percal, que el peronismo era un problema poco menos que incorregible. Cuando la situación económica argentina ha empezado a sufrir importantes disfunciones y la opinión pública va expresando acentos más críticos contra el gobierno, la presidenta Fernández ha decidido mover los hilos para expropiar a YPF, la filial argentina de Repsol.
Expropiación, en lenguaje populista, es una versión del todo para el pueblo, pero sin el pueblo; una forma de bandolerismo contra un enemigo imaginario y que tiene unos propósitos políticos y económicos en forma de dádivas para amigos y propios. Hay muchos miles de millones en juego y todo vale para hacer sufrir en cabeza ajena los graves errores propios. YPF es un malvinazo, Malvinas argentinas, económico, que parte del supuesto de la mayor debilidad de España en comparación con la presumible reacción de los sucesores de Margaret, la dama de hierro.

Ha servido el episodio para que la diplomacia y la sociedad española, con la excepción del trasnochado Llamazares, se haya puesto al lado del Gobierno en la tesis de que un ataque a una empresa española es un gesto contra España. La respuesta española ha dejado atrás la claudicante actitud de años precedentes y es un aviso a navegantes.
Tanto España como otros países se juegan mucho; la seguridad jurídica es indispensable para que las inversiones fluyan. Argentina también se juega mucho con esa fiebre populista.

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