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Marca

Se ha puesto de moda hablar de marcas, y no sólo en el plano estrictamente comercial y empresarial. Las marcas son una bandera, una referencia a la que se asocian atributos positivos o negativos, un elemento diferenciador y clave en la competitividad. Ahora es frecuente mencionar la marca España y la marca Barcelona, probablemente porque se toma conciencia de que esos activos inmateriales cotizan a la baja.
García-Margallo, ministro de Asuntos Exteriores, parece empeñado en convertir las embajadas poco menos que en delegaciones comerciales y a los embajadores en aventajados agentes comerciales encargados de promocionar la marca España. Se trata de una respuesta a la pérdida de brillo de la imagen de marca de España, al menos en los mercados financieros que miden la credibilidad otorgada a un país con la prima de riesgo. La marca España, que tuvo un valor de mercado, sufre hoy una manifiesta erosión.

En lo que respecta a Barcelona no es menos cierto que su imagen se ha modelado con trazos modélicos, que la marca Barcelona se ha sabido vender muy bien. Unas gotas de Mediterráneo y gastronomía de primer nivel, junto a la herencia Gaudí y el fútbol del Barça, sirven de imbatible reclamo turístico. Ese buen cartel, un patrimonio colectivo que no puede echarse por la borda a golpes de disturbios, algaradas, contenedores quemandos y escaparates rotos.
La esencia de Barcelona, de Catalunya, pasa por mantener y potenciar sus valores. Hay que atraer a los turistas y a los inversores, recrear la imagen de calidad para asegurar un futuro mejor.  Hay que sacarle brillo a la marca y evitar que la ensucien.

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