Grave aluminosis la que sufre la arquitectura económica española por lo que el Gobierno se ve forzado a ir taponando las vías de agua que amenazan con afectar seriamente los carcomidos cimientos del sistema. Y así se ha lanzado al ruedo el futuro repago de las medicinas, medida de la que los populares abjuraron antes de las elecciones y que ahora entienden indispensable para salvar al sistema de la quiebra.
La justificación de la medida, y de otras también dolorosas que se están cocinando, la ha dado Rajoy de forma lapidaria: no hay dinero. Toda una declaración de principios que va a servir como argumento para sucesivos e inevitables ajustes. Bajo esa óptica el medicamentazo es un analgésico de alcance limitado que aportará algunos ingresos, que probablemente reducirá el consumismo y que supondrá mayor burocracia para implementar un sistema de control más complejo.
Se anuncia también un férreo control del llamado turismo sanitario, que tiene un coste de unos 1.000 millones de euros. Se trata de evirar abusos e impedir que ciudadanos que no pagan impuestos en nuestro país sean atendidos con cargo a los presupuestos estatales. Hay 700.000 extranjeros en esta situación y es evidente que la sanidad no puede ser gratuita y universal en sentido amplio. De hecho, ningún país de nuestro entorno funciona así y se imponen grandes remedios para grandes abusos.
Los planes de ajuste llevan al equipo de Rajoy a ir parcheando, hoy por aquí, mañana por allá. A golpe de medias verdades y con la herencia recibida como bandera, defrauda a los suyos y no acalla a los adversarios. Los paños calientes sirven de poco.
