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Verdadero retrato de la España actual

El aeropuerto de Castellón, una necesidad perentoria para aquella provincia, fue inaugurado hace ya más de un año pero aún no ha sido estrenado. Y es que los aviones siguen sin poder dar la vuelta en su pequeña pista de patinaje.
Además de tarta de cumpleaños el ‘aeropuerto del abuelo’, como lo llaman cariñosamente los nietos de Fabra, necesita una ampliación. Genial. Es el triunfo de la construcción porque sí. Unos tipos levantan algo enorme e inútil para que después haya que hacerlo aún más grande. Como dijeron los constructores de la catedral de Sevilla, ‘hagamos algo por lo que quienes nos sucedan nos tomen por locos’. Pero estos de ahora no tienen la grandeza de aquellos. La gloria les importa un pito.
Sin duda ha sido la Divina Providencia sin embargo, la que ha evitado que ningún avión haya tomado tierra allí aún. De otro modo tendríamos ahora un centenar de aeronaves empantanadas al final de aquella pista de juguete coronada por el cabezón de Fabra. Con sus tripulaciones y ocupantes aislados e inmovilizados y a los que habría que asistir con helicópteros, servicios de emergencia, bomberos, hospitales de campaña y toda esa logística cinematográfica tan propia de ‘El coloso en llamas’ o ‘Aterriza como puedas’.
En ese paisaje hecho de alas de acero, perfiles de timones que se recortan contra el cielo, motores en silencio, escalerillas que bajan hacia la nada y desértica soledad se darían seguramente historias admirables de amor, generosidad y heroísmo. Como la de la valerosa azafata que, a pesar de todo, se desvive por colocar correctamente las almohadas cervicales a los viajeros de primera; o la del rubito pitagorín que resuelve la comunicación con el exterior mediante un vaso de yogur vacío, un clip oxidado y la radio rota de a bordo, como un pequeño McGyver tocado por los dioses.
El señor Fabra, con su megalómano sueño hecho de dinero, ha dibujado sin quererlo el verdadero retrato de la España de hoy: un inmenso e inútil aeropuerto de cemento y ladrillo, ni siquiera estrenado, vacío y, para colmo, con la pista tristemente pequeña
Pero lo mejor de esa empresa delirante que ha engordado tantas carteras es la estúpida cabezota de Fabra, con el avión estampado encima, que recibe a los inexistentes usuarios del aeropuerto. ¡Chapeau! Ahí el ‘artita’ Ripollés se ha lucido. El sueño de la razón produce aviones.
Yo también quiero que me hagan una escultura así a mí. Y que la planten en medio del Parc de Catalunya o, ya puestos a pedir, frente a la sede del Parlament, el sitio ideal. Pero no quiero un avión en la cabeza, gracias. Prefiero un teleñeco. La rana Gustavo estaría bien. Al menos, que el monumento a la estupidez guste a los niños.

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