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Viernes

Hay días que tienen su marca de fábrica, su estereotipo. Los lunes se asocian con el sol, con el no hacer nada del ejército de parados y jubilados; el jueves, al menos para muchos, es el día de la paella; el sábado es el de la noche febril, y así sucesivamente. Y los primeros viernes de mes, al menos para los que se educaron en colegios religiosos de las décadas de los cincuenta y sesenta, se relacionan con la comunión colectiva.
El viernes es también día de dolor y pasión, y el marianismo rampante quiere entronizarlo como día de las reformas; la consigna es que viernes sí y viernes también, la vicepresidenta junto a los ministros de turno comparezca públicamente para anunciar la oferta de la semana, la dieta de reformas y ajustes. Si se cumple ese programa el país puede terminar mareado y, si no se cumple, algunos no tardarán en recordarle al presidente que se le acabó el gas y el impulso reformador.

Lo cierto es que hasta el momento las reformas en marcha, en fase incipiente, ni han dado los resultados esperados ni han generado optimismo en la ciudadanía. Lo malo es que con tanta reforma y vaivenes se pone en  cuestión el discurso que llevó a Rajoy a la Moncloa. Hay que dar tiempo al tiempo, un factor precioso cuando se convive desde hace años con la crisis.
Rajoy quiere darle la vuelta al país como si se tratara de un  calcetín, objetivo nada fácil. En su tiempo, Alfonso Guerra, dijo que después del paso de los socialistas por el gobierno a España no la iba a conocer ni la madre que la parió. Al final pasó lo que pasó y de los que se trata es de España funcione. Nada más y nada menos.

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