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Bancos

Hace sólo unos años, Zapatero presumía en los foros internacionales de la fortaleza del sistema bancario español, al que presentaba como ejemplo de gestión, prudencia, eficiencia, regulación y otros calificativos elogiosos. Pero cuando el cemento se indigestó a los que participaron en el festín especulativo, las desgracias se sucedieron y muchos empresarios quedaron endeudados hasta las cejas con dinero ajeno.
Casi de golpe, el sistema financiero sufrió una fuerte sacudida que provocó el hundimiento de la mitad de las cajas de ahorros y la crisis se extendió al conjunto hasta dejar casi en estado catatónico a la banca. Caían los márgenes, disminuía la actividad y aparecía la necesidad de provisionar la legión de desastres. Toda la banca ha tenido que tirar de las joyas de la corona para ir cubriendo las enormes grietas de la insolvencia galopante.

Los bancos han intentado esconder sus vergüenzas y han dosificado las provisiones, refinanciando muchos de los negocios que ya presagiaban un mal final. Es una actitud prudente, de paños calientes, que no ha servido para capear el temporal, sólo para retrasar lo que se adivinaba inevitable. La reforma del sector financiero, el destape real, no ha terminado de producirse  y los mercados no han terminado por creerse el valor de los activos de la banca, una desconfianza que está en las cotizaciones de los valores bancarios.
Y la caída de Bankia, nacionalizada de hecho, no es más que una de las consecuencias de una digestión muy problemática cuyo final no está nada claro. Bankia es sistémica y no puede caer sin derribar todo el edificio.

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