El lenguaje económico del Gobierno en el momento presente está impregnado de reminiscencias guerreras: resistencia a toda costa. Se repite que no estamos en el borde del precipicio, que saldremos de esta, que superaremos el temporal que hace zozobrar la nave de la economía española. Es una nueva versión del ‘no pasarán’, una consigna guerrera, pero claramente defensiva. O se repite la vieja máxima de que resistir es vencer, un canto a esperar con la confianza de que vendrán tiempos mejores.
Mientras España parece estar en el epicentro de una tormenta perfecta, con la economía tutelada o supervisada, el plan de actuación primario se centra en mantener el tipo, aunque sea a golpe de sobresaltos, hasta el 17 de junio, fecha de las nuevas elecciones griegas. Ahí está el Rubicón, las barricadas, lo que puede ser el punto y aparte, el no retorno, o simplemente un punto y seguido que deje las cosas en una zona de indefinición. El gran tema es evitar la intervención mientras se plantea el futuro del euro, de Europa como unidad monetaria y fiscal, incluso política.
Junto a la consigna de aguantar, va ganando protagonismo la demanda de ayuda a Europa, la petición de que se pongan en marcha medidas efectivas para atajar una situación que puede terminar por contagiar a toda la UE. A fuerza de insistir, desde aquí y desde Europa, que no es precisa la intervención, se recuerda el riesgo cierto de que aparezca el fantasma.
Todo el mundo tiene prisa, pero el 17 de junio es pasado mañana, aunque en las actuales circunstancias parece un mundo. Es el drama del que se ahoga o se asfixia, el tiempo es crítico.
