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Nuevos pobres

Un número creciente de ciudadanos ha pasado a formar parte del grupo de nuevos pobres y está viviendo en la precariedad y en trance de perder su casa, un bastión que se defiende como si se tratara de la última línea de resistencia. Una encuesta entre personas atendidas por Cruz Roja revela que casi el 13% de los nuevos pobres no pueden pagar su hipoteca, que el 10% ya perdió su casa, que el 56% no puede pagar el alquiler, y así un largo etcétera de penurias relacionadas con la vivienda.
No es, pues, extraño que en muchas ciudades españolas se registre el fenómeno de ocupación de fincas urbanas por desesperados, náufragos de un temporal que las ha dejado en la calle. No son los okupas con “k”, aquellos estereotipados como perroflautas radicales que se meten en viviendas por razones ideológicas, como forma de lucha contra el gran capital y esas cosas. Lo que para unos es una forma de vida alternativa, para los que no tienen otra alternativa es un  agarradero.

Nadie podía imaginar que una parte de la población, especialmente los que llegaron con dificultad a pagar una entrada y comprometer unas cuotas casi impagables, sería carne de desahucio o se  vería obligada a volver a vivir con los padres, con su carga de fracaso personal.
Perder la casa es un hecho con un simbolismo innegable. Por el carácter sagrado del hogar en nuestra cultura, por los esfuerzos que ha requerido pagarlo aunque todavía queden años de hipoteca, porque suele ser el último peldaño de una escalera que ha incluido la pérdida del trabajo, de los ahorros. Cuando pierdes tu casa, en nuestra cultura, lo has perdido todo.

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