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Verbena

La noche de Sant Joan, la noche por excelencia, la más intensa, mágica y vital del año, se enfrenta en la presente ocasión a dos rivales: el fútbol, que sigue batiendo récords de audiencia, y el ambiente de crisis, que habitualmente deprime el ánimo y lamina los empobrecidos bolsillo. Con ese telón de fondo es posible que estemos frente a una verbena low cost, más en línea con las de antes, pero la fuerza de la fiesta es tal que nada ni nadie puede con una cita que tiene tamaño respaldo social.
El hecho de que coincida con la noche sabatina es un plus absorbible. La competencia futbolera no la va afectar porque, si se gana, la fiesta se multiplica, y si se pierde, la fiesta es un  paliativo para aligerar el disgusto. Y es que la noche de Sant Joan, la del solsticio de verano que hunde sus raíces en la noche de la humanidad, puede con todo. Ese es el aval de una convocatoria con su enorme capacidad de movilización, de reunión entre amigos.

Y, al parecer, la noche del trueno y del fuego de las hogueras, del cava y la coca, va a regresar al pasado, una vuelta al formato festivo tradicional, al habitual de décadas atrás. Lo que va a la baja son las grandes celebraciones, las de precio prohibitivo, las que se abrieron paso en los años de bonanza y lujo en los que el ocio, como casi todo, se pagaba a golpes de billetera y ostentación.
Se vuelve a las esencias, que en el caso de la verbena de Sant Joan no es la búsqueda de un tiempo superado. Sant Joan no es una fiesta que tenga su razón de ser en el genio mercantil, Sant Joan es la tradición en estado puro, por eso está por encima de la coyuntura.

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