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Frustración

Desde hace muchos meses, la actualidad se escribe bajo el común denominador de la crisis y sus efectos colaterales. Crisis es que la mayoría de españoles hayan perdido poder adquisitivo, que los pisos valgan menos que lo que se pagó por ellos, que la mayoría de puestos de trabajo estén en el aire, que haya aumentado escandalosamente el paro, que los servicios sociales hayan empeorado.
Y crisis es el miedo en el que se vive desde que se tomó conciencia de que lo peor va para largo y de que nuestra clase política no sabe sacarnos del atolladero en el que clase dirigente nos ha metido.  Ignoraban lo que pasaba o nos ocultaron la verdad quizá con la pretensión de evitarnos angustias, pensando que la desaceleración sería un trastorno pasajero.

Lo que se percibe es decepción con el equipo gobernante, al que se le presumía conocimiento de la realidad y capacidad para resolver, o como mínimo encauzar, los problemas. La opinión pública había depositado unas expectativas tan exageradas en que el cambio de Gobierno llevaría aparejada, casi de manera inmediata, una mejora del clima económico y social, que ahora se siente defraudada al ver que las cosas van a peor.
Se están pagando muy caros los estropicios del pasado, pero eso ya es cosa descontada. A los que están ahora a los mandos del país les corresponde adoptar las medidas de choque precisas para salvar la larga travesía que nos espera. Las encuestas son un termómetro y dicen que el PP está dilapidando parte de su capital político, pero que el Psoe no levanta vuelo. Significativo.

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