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Autopistas

Diez años atrás, en los momentos en los que España presumía de que iba bien y que dejaba de ser un país atrasado y con malas infraestructuras, el Gobierno animó la ampliación de la red de autopistas, especialmente la puesta en marcha de varias carreteras radiales en el entorno del Gran Madrid. Eran proyectos megalómanos, que no repararon en costes, y que se han revelado un fiasco. Hubo fortísimos sobrecostes en la construcción y expropiaciones, cuyo importe fue ocho veces el presupuestado, y el tráfico de las autopistas apenas ha llegado al 35% del estimado.
Con esos mimbres es explicable el enorme fiasco económico de unas infraestructuras que se apoyaron en unas previsiones hinchadas para justificar una inversión llamada a no ser rentable. En las nueve autopistas de peaje inauguradas en los últimos años se han detectado unas necesidades de capital próximas a los 4.000 millones de euros, un agujero imposible de cubrir con los ingresos de explotación.

La quiebra podría ser el horizonte normal, pero esa salida no la desean ni las concesionarias, ni el Estado que actúa como garante, ni las entidades financieras que prestaron para tirar adelante los proyectos. Este es otro rescate que desea evitarse y para ello la vía puede ser la de ayudas y alargamiento de los plazo de concesión. Todo antes de darle un nuevo empujón a la deuda pública.
Muchos han creído que las autopistas eran un negocio seguro, pero las últimas que se pusieron en marcha demuestran justo lo contrario: cuestan mucho más de lo previsto, tienen poco tráfico y terminan por convertirse en una máquina de tragar recursos.

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