Después de ver cómo el Gobierno Monti está intentando afeitar las barbas de los italianos, España ya puede ir poniendo las suyas a remojar. El Gobierno de nuestros vecinos parece decidido a romper uno de los principios nucleares que determinan las relaciones entre el patrón Estado y los servidores públicos: el empleo fijo para toda la vida de los funcionarios. Dicen, aunque la realidad está por ver, que el Ejecutivo italiano enviará a sus casas a uno de cada diez de funcionarios.
Según las normas de Monti, los empleados públicos podrán ser puestos en movilidad obligatoria, es decir, ser enviados transitoriamente a casa o ser despedidos. Los funcionarios van a sufrir la zozobra de cualquier trabajador en tiempo de crisis: el de la angustia de perder el puesto de trabajo. El gran empleador, papá Estado, va a empezar a jugar, forzado por las circunstancias, con las reglas del mercado. La resistencia al cambio va a ser notable, ya que los sindicatos tienen una indiscutible fuerza en el sector público y lucharán a golpe de manifestaciones en defensa de sus privilegios.
Reducir el gasto público, cortar el derroche y la ineficiencia, no es nada fácil. Se van planteando recorte tras recorte, y no se termina de alcanzar el equilibrio presupuestario, lo que viene a corroborar que el desajuste de partida presentaba magnitudes insostenibles. De aquellos excesos vienen las penitencias de ahora.
El plan Monti va a ser un referente para Rajoy, pues al fin y al cabo se trata de aplicar la dieta alemana de la Dra. Merkel. Es más agradable la dieta mediterránea, pero las recetas vienen de otra escuela.
