España se había convertido en el país de los ricos con dinero ajeno. Durante unos cuantos años llegaron, principalmente a través de instituciones públicas, grandes cantidades de dinero. Unas veces el dinero se utilizó bien, pero otras fue destinado a inversiones de difícil encaje en cuanto a utilidad posterior y mantenimiento de esas infraestructuras.
Nuestros políticos, con actitudes frívolas, presuntuosas, poca capacidad de gestión y falta de realismo, pregonaban a los cuatro vientos que éramos ricos y que cualquier día superaríamos a países de nuestro entorno, como Italia o Francia. Olvidaron que, en este mundo nuestro, ser pobre no es ningún desdoro, al revés, se puede ser pobre económicamente, pero rico en ética, honradez, honestidad y otros valores positivos. Y así proliferaron actitudes sociales totalmente deleznables, dando a entender, por ejemplo, que es más importante presumir de chalet, coche nuevo y vacaciones de crucero, aunque esté arruinado de por vida.
Aquí nadie responde ahora de la ruina de instituciones, de la bancarrota de varias cajas de ahorros, de propiciar la ruina de muchas familias por no tener una buena ley hipotecaria. Y ahora nos cabreamos porque Europa nos exige el pago de las deudas y se niega a dejarnos dinero ante el temor de que lo malgastemos como nos dé la gana, sin orden ni concierto. ¿Dónde están aquellos políticos y banqueros con palabra de honor?
