Julio, en unos días en que unos están de vacaciones y otros preparándose para elllas, y eso referido a los afortunados que cuentan con un trabajo, fue el mes del hachazo, del paquete de medidas teóricamente destinado a lograr que España sea un país viable. Se reconoce que, sin sacrificios y ajustes múltiples, la economía española es inviable.
Pero ese programa de choque no va a tener un efecto inmediato y, en algunos casos, como el de la reducción de concejales es solo aplicable a medio plazo. El anuncio de un ajuste de 65.000 millones para dos años y medio, al día siguiente de ser anunciado ya pasó a cifrase en 56.000 millones, una rebaja un tanto insólita o quizá un simple error de cálculo. Al final la realidad será otra, y no mejor.
El impacto de las medidas estrella del plan, como el aumento del IVA, se retrasa a septiembre. Debe de pretenderse no sumar un plus de amargura a las vacaciones y ver si se adelantan algunas decisiones de compra, así como ayudar a que el turismo, absolutamente básico para el país, salve la temporada. Los peores tragos quedan para septiembre, que tiene todos los ingredientes para ser caliente en términos de conflictividad. Ya sabemos por anticipado que septiembre no será maravilloso.
Al parecer existe un elevado consenso social en dejar para mañana lo que podría hacerse hoy. No es la versión puesta al día del vuelva usted mañana ni un ejemplo de la pereza nacional. Probablemente es falta de coraje y de la extendida idea de que lo urgente también puede esperar. Julio sirve de coartada y de amortiguador para aplazar lo que reaparecerá con más virulencia en septiembre.
