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División

La llamada Unión Europea está más dividida que nunca. Las naciones endeudadas, intervenidas y tuteladas, tienen la sensación de que sus deudas acabarán costándoles casi la sangre por las condiciones leoninas que están imponiendo los prestamistas. A la vez, muchos europeos del norte y centro sienten un profundo rechazo moral ante la idea de tener que salvar los excesos de aquellos que vivieron irresponsablemente por encima de sus posibilidades.
Cuando Draghi aseguró que el Banco Central Europeo haría todo lo necesario para salvar el euro, fue calificado por parte de la prensa alemana como un caballo de Troya para los países que habían hecho sus deberes y de saqueador de los países del norte de Europar. Con ese fondo ambiental no es extraña la contundente y generalizada caída de la confianza de los ciudadanos europeos  en la UE, como corrobora el Eurobarómetro. Desde 2007 a la actualidad, los ciudadanos con visión positiva de la UE han pasado del 52% al 31%. Y no para de crecer el porcentaje de los que creen que la pertenencia a la UE no es algo positivo.

En España reaviva la dialéctica Norte-Sur, de forma muy especial en Catalunya. El desequilibrio entre lo que se aporta y recibe del Estado ha dado alas a los que entienden que se está ante un expolio fiscal, una brecha injusta que va más allá de la solidaridad entre territorios.
Tal situación demuestra el poco éxito de los sucesivos cambios planteados en el sistema de financiación autonómica y fomenta el sentimiento soberanista. La crisis divide, aunque muchos creen que la unión es el mejor camino, y mantiene en pie el estereotipo del ‘català emprenyat’.
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