Una vieja canción de aire veraniego proclamaba que cuando llegue septiembre todo será maravillosos, discurso que ahora sería invendible. En la presente coyuntura a septiembre no se le espera, aunque ya está aquí: se le teme. Agosto ha estado presidido por la tensión contenida, adormecida por un calor, que en no pocas ocasiones es el preludio de tormentas torrenciales. Pero eso es ya historia y la tregua relativa de agosto se da por despedida.
Septiembre siempre se ha asociado a la vuelta, al estreno del nuevo curso, por supuesto no sólo el escolar. Septiembre es lo que sigue al punto y aparte de agosto, una nueva andadura normalmente trufada de esperanza. Por eso septiembre tenía un perfume alegre, un estereotipo que ya sufrió la andanada de los síndromes postvacacionales y que ahora está marcado por un regreso con tintes inquietantes.
A partir de hoy, entran en vigor los nuevos tipos de IVA, un nuevo hachazo al ya de por sí deprimido consumo, una medida que posiblemente deprimirá un poco más la demanda interna y alentará la economía sumergida. Con la reapertura se anuncian Eres, suspensiones de empleo, reducciones de jornada y medidas de ajuste que van a dar un nuevo empuje al lacerante desempleo y que van a empobrecer un poco más a los que mantienen a precario su condición de empleados. Septiembre, más que maravilloso, va a ser negro.
La entrada en otoño va a ser caliente y ya se anuncian diversas manifestaciones contra la ola de ajustes y restricciones de todo tipo. Todo ello con el telón de fondo de un rescate largamente pasteleado y que se está cocinando a fuego rápido.
