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Fanatismos

Es muy probable que la diplomacia y la inteligencia norteamericana se sienta algo así como cornuda y apaleada por la deriva sangrienta de la primavera árabe. En pocos meses el tablero árabe ha pasado de estar dominado por tiranos que imponían el orden con el terror al desorden descontrolado guiado por el fanatismo ciego. El otoño islámico, muy caliente e incendiario, está devorando a sus grandes valedores, a EE.UU. y Occidente. Las nuevas sociedades liberadas están imponiendo su estilo y el nuevo poder se muestra incapaz de detener a las turbas.
La coartada para la ira incontenible ha sido un ignominioso vídeo cutre que la inmensa mayoría de violentos airados no ha visto, entre otras razones porque sus gobiernos les prohíben el acceso a internet. Lo que incita a esas masas fanáticas es el odio visceral a lo diferente, una actitud más propia del choque de civilizaciones que de la alianza entre culturas.

Pero el episodio, un reguero interminable de violencia antiyanqui, pone en evidencia el fracaso de la política norteamericana. Los gestos a favor del mundo musulmán y la política de estimular el recambio de dictadores sin tener alternativas que ofrecieron un horizonte esperanzador, se está saldando de forma lamentable. Hoy ya no son pocos los que piensan que con el tirano Sadam Hussein se vivía mejor en Irak, y posiblemente ese sentimiento se va proyectando a otros países en fase de derribo terminal.
A pesar de sus esfuerzos, Estados Unidos vuelve a sentirse odiado y esa realidad tendrá con seguridad influencia en lo que queda de campaña electoral. El buenismo y el buen rollo no venden.

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