Desde antes de salir de reunión con Rajoy en La Moncloa estaba claro el desenlace. Parece claro que la apelación al caixa o faixa, al lo tomas o lo dejas, referida al pacto fiscal tenía todos los números que llevaban a un no, antesala de elecciones anticipadas, camino de lo desconocido. Y ese es el nuevo escenario, con un horizonte dudoso que no está claro que despejen las urnas el próxio 25 de noviembre.
El adelanto electoral, que no deja de ser la expresión de la falta de capacidad política para lograr acuerdos, añade más incertidumbres a una sociedad atribulada por la crisis económica y afecta negativamente a las decisiones empresariales, que requieren estabilidad y un nivel mínimo de certezas para poner en marcha nuevos proyectos e inversiones. Una ventaja táctica de la nueva situación es relegar el desgaste de los recortes y la austeridad, las consecuencias de la penuria financiera. Por lo menos por el momento.
La tentación electoralista también debe tener su peso en la decisión de la convocatoria. CiU debe pensar, y argumentos no le faltan, que puede explotar el fermento nacionalista expresado el Onze de Setembre, una marea popular que podría darles la mayoría absoluta y liberarles de las dificultades que les impone el recurso a la geometría variable. Y , además, el adelanto ha pillado a su principal rival, el PSC, con el pie cambiado, rumiando su estrategia y apoyando a toda prisa el federalismo.
Eso es así, pero las elecciones a veces las carga el diablo y ofrecen resultados no previstos, lo que no dejaría de ser otro factor de complejidad y la constatación de un fracaso colectivo.
