En sus discursos de nominación, los dos candidatos a las elecciones presidenciales norteamericanas, Obama y Romney, citaron al fundador de Apple, Steve Jobs. No pretendieron apropiarse de su figura ya legendaria, pero ambos interpretaron el éxito de Steve Jobs en clave partidista. Obama entiende que el Estado crea las condiciones para que emerjan genios científicos y empresariales, y para Romney, Jobs es el ejemplo de cómo el sistema de libre empresa, con la mínima intervención del Estado, facilita la explosión de la inteligencia y el espíritu emprendedor.
Las diferentes visiones sobre la fórmula de éxito que encarna el padre de Apple marcan las diferencias ideológicas entre demócratas y republicanos. Unos defienden la intervención del Estado como protector de los más débiles y el papel dinamizador de los presupuestos públicos, mientras sus adversarios son paladines de la iniciativa privada y de reducir el Estado a la minima expresión.
Asimilar la izquierda a los pobres y la derecha a los ricos, es una simplificación excesiva, pero esos clisés están firmemente anclados en el imaginario popular y no son fáciles de romper. La realidad es distinta y la prueba es que todos los partidos diseñan sus estrategias para influir en las clases medias, esa mayoría social que siempre termina por decidir las elecciones.
Pero esas diferentes visiones del mundo son las que marcan el modelo del país, el camino a seguir para que Estados Unidos sigan siendo una sociedad abierta, un mundo de oportunidades, ese caldo de cultivo en que creció Steve Jobs y otros como él.
