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Malestar

La sociedad en su conjunto está de los nervios, alterada, viviendo en un sinvivir. Es la mohína de la falta de harina, el malestar colectivo que genera la precariedad y el saberse en la cuerda floja, en un mundo inestable y desagradable en el que los recortes y ajustes son el pan de cada día. Quizá como consecuencia de ese estado de ánimo, como respuesta a la situación que se sufre, la conflictividad se multiplica de forma acelerada.
Se prodigan cada vez de forma más intensa y extensa las expresiones de malestar y rechazo. Las protestas ganan la calle y las manifestaciones, que se cuentan por centenares, convocan a miles de personas que encuentran sobrados motivos para expresar su repulsa. Los sindicatos miden sus fuerzas para convocar una huelga general en el próximo mes de noviembre. Así que la movida actual, en buena parte, es un ensayo general para ese día que ya está marcado en el calendario de la agitación social. Este otoño, no cabe duda, está resultando muy caliente.

Motivos para la insatisfacción no faltan, pero tampoco faltaban meses atrás. La mayoría se cansó de esperar, de confiar en promesas y, como ve que las cosas no mejoran, ha decidido tomar la calle y hacer oír su queja y hartazgo. Protestan los que han perdido el empleo, los que nunca lo tuvieron y los que temen perder el suyo.
Y para acabar de completar el cuadro, se van extendiendo las huelgas de servicios públicos, las de aquellos que piensan que tienen el mango de la paella en sus manos y ejercen su fuerza más allá de los inconvenientes que pueden causar en los usuarios. Esa es también su fuerza.

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