La inminente puesta en marcha de la sociedad que gestionará los activos inmobiliarios calificados de tóxicos, esa gran losa que lastra el sector financiero, prácticamente ha coincidido con el salón inmobiliario de Barcelona, la gran feria del ladrillo. El banco malo está llamado a ser el gran protagonista de un sector que es el paradigma de los excesos, el sumidero que debe ayudar a limpiar fondos y poner en el mercado tantas viviendas en busca de comprador.
Quienes tienen el balance sembrado de pisos y apartamentos, que se comen buena parte de sus beneficios a través de crecientes provisiones, se están lanzando a una feroz campaña de promoción que consiste básicamente en ofrecer descuentos sobre precios ya rebajados, en recordar que si compran en el presente ejercicio se podrán beneficiar de un IVA de sólo el 4% y deducir las cuotas de la hipoteca en la declaración de renta, amén de gozar de la posibilidad de disponer de financiación. Todo por sacarse de encima un peso muerto.
Con los descuentos sobre descuentos no es extraño que algunos pisos se venden a la mitad del precio de hace cuatro años. Es el exponente de una política comercial muy agresiva y ofrece grandes oportunidades para gentes con dinero y fondos inmobiliarios con liquidez, pero es también el reflejo de la locura del momento álgido de la burbuja, que tanto daño ha causado.
El mercado manda y los pocos promotores inmobiliarios que sobreviven van a sufrir el acoso y derribo de una competencia desaforada que tirará abajo los precios y que ofrecerá financiación privilegiada para sus productos. Los efectos tóxicos no han terminado.
