Los resultados de las elecciones de Galicia y País Vasco han respondido a lo que pronosticaban las encuestas. Las lecturas de las votaciones son diversas e interesadas; se trata de elecciones autonómicas pero es evidente que su importancia se proyecta a todo el país, especialmente a Catalunya, que está en lista de espera y que encontrará en las urnas del Pais Vasco todo un referente.
Como siempre sucede, son muchos los llamados y pocos los elegidos. Feijóo ha arrasado en Galicia, la Baviera del PP, y el nacionalismo vasco, en su vertiente moderada y radical, ha llevado el voto soberanista a niveles muy elevados, tanto que todo el mundo se preguntará por la deriva política del PNV y sus aliados, ya que en principio no es de esperar una coalición entre los grupos que se disputan la hegemonía en Euskadi.
El resultado sirve también para desmitificar la máxima de que los gobiernos en ejercicio son penalizados en las urnas. Feijóo, con un apreciable balance de gestión, se ha visto reafirmado y potenciado, y todo hace supone que con Mas sucederá algo parecido. Algunos han recordado a Andreotti quien aseguraba que el gobierno desgasta, pero la oposición desgasta más. Claro que ese argumento no vale para el PSE-PSOE de Patxi López, el lendakari al que el electorado ha castigado con dureza.
Y una consecuencia de alto voltaje es la caída libre del Psoe, que se sitúa en mínimos en Galicia y País Vasco, y todavía le queda el amargo vía crucis de Catalunya. Todo hace suponer que el partido deberá plantearse en breve una remodelación de su cúpula y de su estrategia. En lugar de crecer con la crisis, está menguando.
