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Ciclismo

Un largo expediente X, construido con declaraciones de colegas, compañeros y arrepentidos, ha hundido en la miseria deportiva al legendario Armstrong, el ciclista que acumulaba récords, el heptacampeón del Tour, el tejano que a fuerza de tesón, y de algo más, superó el cáncer y regresó prácticamente de la muerte para convertirse en el  gigante de la ruta durante una década. Armstrong reinaba en el planeta ciclista, pero sus éxitos tenían la compañía de la sombra de la duda, los recelos inevitables ante la superioridad de un deportista con un expediente médico muy denso.
Tras una larga investigación, han terminado de un  plumazo con el brillantísimo palmarés de Armstrong y el que fue una leyenda ha pasado a ser un apestado del que huyen los patrocinadores que utilizaron su imagen. El campeón es el prototipo del tramposo tecnológico que no reparó en gastos ni auxilios para asegurarse las victorias.

En toda esta triste historia hay un dato revelador: los que han llevado el expediente hasta sus últimas consecuencias han sido compatriotas de campeón, en actitud bien distinta a la de España que ha coqueteado con el problema y que ha escondido la cabeza bajo el ala cuando detrás de muchos de estos escándalos figuran nombres y apellidos suficientemente familiares para los que siguen el deporte.
Otro dato es suficientemente revelador de la pandemia que corroe el ciclismo. Está previsto declarar desierto el palmarés del Tour durante siete años. La razón es de peso: todos los que siguieron a Armstrong son convictos o confesos. No hay un palmo limpio, una conclusión lamentable para los amantes del ciclismo.

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